Frente al supermercado del barrio se encuentra el almacén de Rosa. Dos paredes asimétricas que dan a la calle ruidosa de gente y necesidad, abandonado al tiempo, el almacén necesita una mano de pintura.
Oscar masca chicle cada vez que va a hacer las compras, una vieja costumbre adquirida del abuelo. Esa tarde de otoño el viento hacia volar las hojas en corrientes amarillas, remolinos como los que uno ve en las películas de huracanes, pero en menor escala.
Un mendigo esperaba tranquilo su moneda y Oscar agitado intentaba entrar en el supermercado. Nadie le había dicho que el domingo por la tarde, al ser feriado nacional, un ejercito de amas de casa se abalanzaría en búsqueda del alimento cotidiano, resultado: una larga cola, lo cual implica una larga espera.
Oscar es un hombre de negocios, y aunque hoy no trabaje, sabe muy bien que el tiempo es dinero.
-Si me da una moneda, puede que tenga una solución para usted, amigo- exclamó el mendigo entusiasmado al ver su cara de preocupación.
Un hombre de clase no suele aceptar consejos de un borracho, pero este era un caso urgente y además se dijo a si mismo que esta seria la oportunidad perfecta de hacer su buena obra del día y vanagloriarse luego por ello en su mas intimo fuero. Aceptando con regocijo la moneda el mendigo observó: -“Porque no se fija usted en el almacén de la Rosa, allí los hombres no se aventuran, porque las rosas tienen espinas… pero si es urgente, no creo que le moleste pincharse”
- ¡Pero ese almacén esta cerrado hace años! protestó Oscar, ¿como podría un pequeño almacén de barrio sobrevivir ante el peso del gigante de enfrente?.Alejándose el mendigo le guiñó el ojo y en sus labios se dibujo una sonrisa.
Entumecido por lo bizarro de la conversación, el tiempo apremiando, Oscar se decidió a entrar en el almacén, no sin antes hacerse de un cómplice para su investigación; una joven de ojos profundos que había observado todo lo sucedido y parecía interesada en evitar la demora dominical.
El viejo almacén los esperaba intacto, Oscar, curioso intentaba encontrar una luz por la ventana mugrienta, la mujer parecía divertirse con su extraño comportamiento.
-Vos primero- dispuso Oscar, pensando que la Rosa seria más reacia a tratar con hombres, de ahí su fama de espina.
Empuñando el picaporte, ya habiendo cruzado el umbral.
-¡Que extraño! – dijo la muchacha avanzando cautelosamente- ¡Que puerta mas pesada!
La tocó al hablar, y se cerro de pronto con un golpe.
-¡Dios mío!-dijo el hombre- Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡¡¿Como?!, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo –dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
Oscar masca chicle cada vez que va a hacer las compras, una vieja costumbre adquirida del abuelo. Esa tarde de otoño el viento hacia volar las hojas en corrientes amarillas, remolinos como los que uno ve en las películas de huracanes, pero en menor escala.
Un mendigo esperaba tranquilo su moneda y Oscar agitado intentaba entrar en el supermercado. Nadie le había dicho que el domingo por la tarde, al ser feriado nacional, un ejercito de amas de casa se abalanzaría en búsqueda del alimento cotidiano, resultado: una larga cola, lo cual implica una larga espera.
Oscar es un hombre de negocios, y aunque hoy no trabaje, sabe muy bien que el tiempo es dinero.
-Si me da una moneda, puede que tenga una solución para usted, amigo- exclamó el mendigo entusiasmado al ver su cara de preocupación.
Un hombre de clase no suele aceptar consejos de un borracho, pero este era un caso urgente y además se dijo a si mismo que esta seria la oportunidad perfecta de hacer su buena obra del día y vanagloriarse luego por ello en su mas intimo fuero. Aceptando con regocijo la moneda el mendigo observó: -“Porque no se fija usted en el almacén de la Rosa, allí los hombres no se aventuran, porque las rosas tienen espinas… pero si es urgente, no creo que le moleste pincharse”
- ¡Pero ese almacén esta cerrado hace años! protestó Oscar, ¿como podría un pequeño almacén de barrio sobrevivir ante el peso del gigante de enfrente?.Alejándose el mendigo le guiñó el ojo y en sus labios se dibujo una sonrisa.
Entumecido por lo bizarro de la conversación, el tiempo apremiando, Oscar se decidió a entrar en el almacén, no sin antes hacerse de un cómplice para su investigación; una joven de ojos profundos que había observado todo lo sucedido y parecía interesada en evitar la demora dominical.
El viejo almacén los esperaba intacto, Oscar, curioso intentaba encontrar una luz por la ventana mugrienta, la mujer parecía divertirse con su extraño comportamiento.
-Vos primero- dispuso Oscar, pensando que la Rosa seria más reacia a tratar con hombres, de ahí su fama de espina.
Empuñando el picaporte, ya habiendo cruzado el umbral.
-¡Que extraño! – dijo la muchacha avanzando cautelosamente- ¡Que puerta mas pesada!
La tocó al hablar, y se cerro de pronto con un golpe.
-¡Dios mío!-dijo el hombre- Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡¡¿Como?!, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo –dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.